viernes, 13 de febrero de 2015

Fábula de los dos cántaros (hindú)



Un repartidor de agua en la India tenía dos grandes cántaros, que colgaban en los extremos de un palo, que él sostenía sobre sus hombros. Uno de los cántaros tenía varias grietas, mientras que el otro estaba perfecto y siempre conservaba toda el agua al final de la gran caminata, desde el arroyo hasta la casa de su maestro. En cambio, el cántaro rajado llegaba tan solo con la mitad del agua en su interior.
Por dos años, esto sucedió diariamente con el repartidor, entregando un cántaro y medio, llenos de agua, en la casa de su maestro. Desde luego, el cántaro perfecto estaba orgulloso de su irreprochable cumplimiento del fin con que fuera hecho. Pero, la pobre vasija agrietada estaba muy avergonzada de su propia imperfección y se sentía miserable porque solo podía cumplir con la mitad de todo lo que se suponía que era su obligación.
Después de dos años, el cántaro rajado le habló al aguatero diciéndole:
—Estoy avergonzado de mí y quiero disculparme contigo.
—¿Por qué? ¿De qué estás avergonzado? —preguntó el repartidor.
—Porque debido a mis grietas solo puedes entregar parte de mi carga y obtienes la mitad del valor que deberías recibir —dijo el cántaro.
El repartidor de agua se sintió mal por el viejo cántaro rajado y le dijo compasivamente:
—Cuando regresemos a la casa del maestro, quiero que notes las bellísimas flores que crecen a lo largo del sendero.
En efecto, mientras subían la colina, el viejo cántaro se dio cuenta de las hermosas flores crecidas sobre su lado del camino, y esto lo alentó un poco. Pero al final del trayecto, él todavía se sentía mal por haber repartido sólo la mitad de su capacidad, y nuevamente se disculpó al aguatero por sus faltas.
El repartidor le dijo entonces:

—¿Te has dado cuenta que las flores sólo crecen en tu lado del camino? Siempre he sabido de tus grietas y quise sacar el lado positivo de ello. Planté semillas de flores en tu lado del camino, y cada mañana, mientras caminábamos de vuelta sobre el sendero, las regabas despaciosamente. Por dos años, he podido recoger estas hermosas flores para decorar el altar de mi maestro. Si no fueras exactamente como eres, con todo y tus defectos, no hubiera sido posible crear esta belleza.