martes, 14 de agosto de 2012

ALEA IACTA EST Parte 2


No se cambia nada desde que se nace,  siempre ocupamos el mismo puesto en la jerarquía de la vida,  cambiamos solo superficialmente, o sea, para la mayoría se cambia porque  no vemos mas allá, pero si te quedas con lo intrínseco, con lo que es, en si mismo, no se cambia nada. La naturaleza y la genética te lo da todo, es como si la misma genética, la misma naturaleza , se desarrollara con diferentes circunstancias y en diferentes personas, pero es una sola cosa, que se desarrolla en diferentes personas, y esa cosa es la que no cambia. El  animal (por ejemplo el perro o el gato) nada mas nacer ya tiene grandes diferencias,( e incluso en el vientre materno),  uno es perro y otro es gato, eso es lo que va a ser cada uno. Gracias a lo que tiene, lo demás se desarrolla. El niño que nace en África y muere de hambre por muy inteligente que sea, la persona que nace con síndrome down por ejemplo, ¿que mérito ha hecho él para merecerlo?  Eso lo distinguimos bien, pero ¿quién distingue lo que son las personas, en si mismas? ¿Quién distingue las diferencias ínfimas? las que siendo imperceptibles, van a dar lo que es cada uno, y que nos achacamos a nuestra personalidad? ¿Quién distingue en el óvulo recién fecundado, en el embrión, lo que va a ser cada uno?  Eso es más difícil.

En clase, de niño, el que se aburre y no le gusta, tendrá un trabajo que le aburre y no le gusta,  el que atiende y le gusta, trabajará en algo que le gusta, el que odia la clase, tendrá trabajos y los odiará.  Estamos marcados desde hace varias generaciones, nos creemos que nuestra voluntad y nuestro destino lo forjamos nosotros. ¡Qué complejo de superioridad tenemos, cuando nos va bien en la vida!  No merece casi la pena ni hablar, porque nos creemos demasiado importantes, como para admitir que la mayoría de lo que somos, nos viene dado. Como decía Albert Einstein: “No tiene importancia lo que soy o lo que he hecho, porque no ha sido mérito mío”.